ENRIQUE JARAMILLO LEVI – Integrada por 24 cuentos (y por un emotivo texto autobiográfico inicial, alusivo a sus recorridos por la ciudad de Panamá con su abuelo), de los cuales 9 formaron parte de su libro anterior, la reciente aparición de Sueños urbanos —que por tanto aporta 15 nuevos cuentos—, sin duda pone de manifiesto la sutil y poética manera en que el autor juega con elementos ficcionales como lo son la Virtualidad y la Realidad, inexorablemente derivados filosófica y conceptualmente de conceptos caros al arte en general, como lo son la Imaginación y la Memoria (Experiencia), en un constante juego de malabarismos narrativos que Rodríguez Pittí se toma muy en serio. En la mayoría de sus cuentos se nota una hibridación gradual de diversos aspectos de la literatura que tradicionalmente existen por separado o de forma secuencial: lo narrativo y lo lírico; lo testimonial y lo intuitivo; la vigilia y el sueño; lo lúdico y lo romántico.
Además, no pocas de estas ficciones breves nos comunican una sensación cinematográfica en la que es difícil separar el tiempo del espacio; el pasado del presente y del futuro; y a otro nivel: la fábula del relato y la crónica de la introspección. Y detrás de las historias que leemos, pululan (aletean, reptan) otras historias que no vemos, que no sabemos, pero que de algún modo se presienten como hálitos difusos que sobreviven a su propio encantamiento. Y más atrás aún, oculta, firme, la mano (la mente, la singular creatividad) diestra de un escritor que conoce al dedillo su oficio, que le saca partido, que con su maestría narrativa nos engancha y nos seduce como prestidigitador que articula y desliza en silencio variados pases de magia.
El cuento, ya se sabe pero es menester repetirlo, es un género proteico, multiforme, dúctil, a ratos escurridizo, si bien suele presentar ciertos rasgos definitorios que lo identifican y lo separan de sus congéneres literarios: brevedad, concisión, economía anecdótica y de recursos narrativos, y por supuesto el hecho ancestral de contar siempre una historia que se quiere interesante y amena, en voz de un cierto narrador (o varios), desde un cierto punto de vista y en un cierto tono, con determinada intencionalidad que casi siempre implica el logro de un solo efecto o impresión en el lector, procurando mantener la atención de éste desde la primera frase hasta la última, y a veces buscando sorprenderlo.
Asimismo, un buen cuento, debido a su ficcionalidad intrínseca y a su carácter eminentemente narrativo y secuencial, avanza la acción progresivamente y de manera dosificada, si bien puede haber ráfagas insólitas de creatividad imparable o inauditos golpes de efecto. Y hay cuentos —los menos— que por su magia —producto del oficio del autor—, parecen nacidos del aire, y dan la impresión de contarse a sí mismos. De una u otra forma prácticamente todos los cuentos que componen Sueños urbanos despliegan algunas de estas características, a menudo sin que el lector desprevenido o poco ilustrado en materia literaria lo note, lo cual es bueno. Y lo es porque significa, lógicamente, que Rodríguez Pittí, como un demiurgo modesto, sabe los trucos del oficio y les saca provecho sin ostentación alguna y sin estridencias. No es poca cosa, y mucho menos es un don del que gocen todos los escritores panameños de reciente data.
Quien escribe ficciones busca, paradójicamente, verdades ocultas. Y si lo hace bien, a veces logra encontrarlas. Porque hay un lado oscuro del ser humano, de la vida, que a su vez se descompone en numerosas aristas que representan contrasentidos, traumas, contradicciones, fobias; en fin, enigmas. Enigmas que, para un artista —todo auténtico escritor lo es—, concitan desafíos. El desafío de indagar a través de la escritura, de auscultar, de calar hondo con su talento buscando lo raizal, la entraña misma, el meollo. Eso que llaman, a veces en sentido negativo, “tocar fondo”; aunque hacerlo también tiene su lado positivo para quien crea. No siempre lo consigue, claro. Pero la intuición, cuando es potente, ayuda; también la memoria de la experiencia acumulada, y por supuesto la imaginación, esa célebre “loca de la casa” que en los buenos escritores nunca descansa; y también, lo dije antes: el dominio del oficio.
José Luis Rodríguez Pittí posee todas estas cualidades en grado sumo; y para colmo de bienes, es un gran lector. Eso también se nota en este libro que en buena hora arriba a nuestro entorno. Un vasto repertorio de autores clásicos y modernos alimenta su creatividad. Porque, hay que decirlo, Sueños urbanos, además de aludir a paisajes literalmente citadinos, en ciertos cuentos más bien bucea por los difíciles mapas interiores, los del alma, esos que la angustia y el temor, pero también nuestra voluntad de soñar y de algún día ser felices constantemente permean y nutren. Como lo han hecho siempre los grandes autores en sus cuentos y novelas, cada quien a su modo.
Entre los cuentos que vienen de Crónica de invisibles y, como quien no quiere la cosa, ahora se instalan cómodamente en Sueños urbanos, para mi gusto sobresalen: “El incidente del cinematógrafo”, “Crónica de invisibles”, “Piel de tigre”, “El pintor callejero” —uno de los más extensos de un libro formado por textos breves— y “Sueños”. En éstos hay contenido social y una fuerte disposición ficcional. De entre los nuevos, destaco: “Santuario”, “Film noir”, “Selva y hombre” (a mi entender, un gran cuento por su capacidad fabuladora, y por la riqueza del lenguaje, amplio, variado y cromático), “Muñequita” y “Sueño de primavera”. El autor es 100% creador en cada uno de ellos.
Habrá que ponerle más atención a este polifacético cuentista que se toma su tiempo para escribir: estudiar su obra, difundirla, darle su lugar entre los mejores narradores de las nuevas hornadas, motivarlo a continuar creando. Es justo y necesario.
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