JACQUELINE RIVERA – La ternura en la construcción de las ciudades es una virtud; sobre todo cuando se trata de retratar estos mapas humanos que transitan estas selvas de cemento. Sólo que en Sueños urbanos la ciudad no es la protagonista, ni sus paredes, ni sus calles, ni sus espacios. Son ellos sólo la mera espacialidad en la cual personajes-fantasmas atraviesan la vida del narrador, comparten el instante del reconocimiento espacial y se alejan. Quizás por ello, ya desde el principio, el narrador nos lo advierte: “huir”. ¿Pero de qué huye? Huye de la imposibilidad de recobrar la infancia, de la efimeridad, de la desaparición. Todo ello causa nostalgia; y ésta duele. Compone la existencia y la oblícua como papelillo al cesto. Aún así, salva la risa; lo cotidiano que mira todo tranquilamente, con el conocimiento que todo lo que sucede no es nuevo sino ancestral. Y la ciudad otorga esa licencia poética; nos quita la responsabilidad de reinventarnos la vida. Por eso, transitar los textos de Sueños urbanos pareciera más un mapa para detener el tiempo, y de paso, recobrar la primavera.
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